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Los gritos del amor

Foto del escritor: Christian Jiménez KanahuatyChristian Jiménez Kanahuaty

Christian Jiménez Kanahuaty I CUENTO I BOLIVIA


El texto nos sumerge en una narrativa introspectiva y emocional que explora las complejidades del amor filial y el dolor. A través de la relación entre Joaquín y su padre, un hombre abrumado por la pérdida y las exigencias de la paternidad, la historia traza una travesía, llena de silencios, recuerdos y pequeños gestos de conexión.




La mañana que caminaron juntos, él no quiso sentir la áspera piel de sus manos rozándole el rostro, ni deseó que aquellos dedos se entrelazaran con los suyos al cruzar la calle. La avenida despedía ese olor natural de principios de invierno. Y la luz del sol se reflejaba en los cristales de los escaparates. Había cierta sensación en el aire. Algo parecido a la felicidad.

 

El brillo metálico de los automóviles era poco ordinario, deslizándose por el asfalto recién mojado. Y los neumáticos hacían ese sonido tan maravilloso que parecía un arrullo.

 

Las bolsas de mercado de las señoras se bamboleaban al compás de las caderas. Era sin duda un día más en ciudad jardín. Y muchos de sus habitantes daban gracias por estar vivos un día más. Había tanto por hacer. Tantos sueños que cumplir.

*

Pero al igual que hacía su madre, Joaquín detesta ver a su padre cubierto de grasa y que su aliento despida ese aroma agrio. Aquel hombre en esos momentos no era precisamente un ejemplo de pulcritud y belleza. Pero, aun así, era su padre. El único que tenía y algo le decía que debía amarlo más allá de toda contingencia.

 

Ella le enseñó a odiar aquellos pantalones desteñidos que su padre usaba siempre que daba inicio a una nueva serie de pinturas en látex. Cuando la colección que tenía pensada la trabaja al óleo, se colocaba un overol de goma azul que despedía un aroma tan insoportable como el de sus axilas.

 

Para él, el trabajo es lo más importante. Y poco importan la ropa o la ducha. El tiempo se le escurre entre los dedos y los lienzos van cobrando forma y, al final, tras esas largas temporadas, parece que el esfuerzo valió la pena. Lo que presentaba a la familia superaba por muchos cualquier dejo exaltado de imaginación filial.

*

No hablan. Sólo caminan rumbo al cementerio.

 

Hubiera sido más sencillo y rápido tomar el colectivo, sentarse en alguno de los asientos de goma roja y esperar. Pero no. De alguna forma, para ambos, la caminata de los domingos era el único momento en que podían estar juntos y en silencio.

 

Los padres necesitan de esos ritos. Deben compartir algo con sus hijos. Así los sienten suyos por completo. Y con los años, cada rito, cada ternura, será como una caricia jamás realizada o una palabra nunca dicha.

*

El sonido de los autos, los pitidos intermitentes de los silbatos de los policías ubicados en cada esquina y las fugaces conversaciones de las personas que pasan por su lado son las señales de una ciudad que, a pesar de sus dudas, los alcanza con su progreso y observa en cada uno de sus pasos a través de cada una de las ventanas de los edificios que circundan la zona norte.

Al caminar y ver sus sombras proyectadas en la acera, Joaquín recuerda las discusiones que sus padres sostuvieron hacía ya mucho tiempo, a lo largo de varias semanas. Algunas de ellas comenzaron desde el amanecer. Otras, iniciaron cuando todos estaban almorzando en el comedor, mientras escuchaban las noticias de la radio. En esos momentos, Carmen se sentaba a su lado para tranquilizarlo y distraerlo con los colores de la comida o indicándole que prestara atención a los pájaros que revoloteaban entre las flores del jardín. Podían ver a cada uno de ellos detrás del cristal de las ventanas cuadradas. Le costaba hacer que su hermano terminara la sopa.

 

Los ojos se expandían y veces se tornaban en un blanco total. Carmen aprendió con los años a no asustarse y a tomar la mano de Joaquín y hablarle con calma y ternura. Y si eso no funcionaba, unos golpecitos en las mejillas lo traerían de nuevo a la realidad.

 

Luego, como siempre, tendría que limpiar el dejo de baba escurrida desde los labios hasta la camiseta de algodón. O el resto de comida desprendida desde los dientes y así, ver las fauces grasientas de un hermano que jamás dejaba de verla con la gratitud que sólo los inconscientes sienten por quien los cuidan con amor.

 

Cuando los nervios le traicionaban a Joaquín y terminaba volteando el plato de sopa o arrojando los cubiertos al suelo, ambos terminaban de almorzar en la cocina, mientras las voces de sus padres y la del locutor de las noticias transmitidas desde la radio, se acoplaban haciendo indescifrables las palabras.

 

Sus padres realizaban viajes con frecuencia. Era su modo de escapar del tedio y la rutina de tener aquellos hijos y ese matrimonio. Se separaban tras salir del aeropuerto. Viajaban juntos, pero nada más. No deseaban compartir ni su intimidad ni los malentendidos fuera de casa. Eran libres de hacer lo que quisieran. Separaban sus caminos y cada uno, a su modo, trataba de pasar esos días del mejor modo posible. La condición siempre fue que ninguno de los dos se interpusiera en el camino del otro.

 

Mientras tanto, Joaquín intentaba llenar las hojas del block con círculos y palos.

 

Cuando aprendió por fin a escribir, los niños de su edad ya realizaban multiplicaciones de tres y cuatro cifras. Eran capaces de ir de un extremo al otro de la ciudad, sin necesidad de la compañía de un adulto.

 

A veces Carmen le pone babero para que no se manche la ropa con la salsa de tomate que tanto le gusta.

 

Se divierte al verlo jugar en los montículos de tierra donde pasa horas tratando de perseguir a las rojas y diminutas hormigas con su torpe dedo.

*

Escucha que su padre le dice algo, pero no entiende bien a qué se refiere; tal vez quiere que preste más atención al caminar o vea cómo ese otro niño juega con un balón de básquet. No se imagina que su padre le está preguntando si quiere tomar un helado antes de llegar donde su madre.

 

El camino le parece más largo de lo habitual. Piensa en sus autos a fricción y en las manos de Carmen.

 

El sol que cae verticalmente sobre ellos hace que sus sombras se proyecten en líneas extrañas a cada paso y eso le divierte.

 

Pero ahí está de nuevo su hermana. Su recuerdo.

 

Carmen siempre le hace reír.

 

Le acaricia el rostro antes de dormir y lo jabona con cuidado todas las mañanas; y desde hace muchos años, contra los deseos de su padre, es la única que entiende a Joaquín cuando mueve los brazos y señala con la mano, casi con los ojos en blanco.

 

Todo aquello a ese hombre le parece una pérdida de tiempo. En sus horas bajas reconoce que su vida es un desastre gracias a ese hijo suyo que es incapaz de ser normal. Un incompetente en la familia es suficiente, así que aprendió a no ver las cualidades de su hija por miedo a sentirse atrapado entre dos inútiles.

 

Pero es su error. Porque Carmen es la mejor en todo. Y tiene un corazón bañado en oro.

 

Quizás hay palabras que él no comprende, pero le encanta sentir el olor que Carmen tiene en el cuello.

 

Las babas dejadas en la almohada se secan con los rayos del sol cuando entran por su ventana y él mueve los dedos de sus pies y los observa. Cada dedo le parece el personaje de un cuento de hadas, cada uno de sus pies parece pertenecer a otro cuerpo. Le duelen, pero él no asocia el dolor que le produce el sol con su propia piel. Sólo en la ducha, bajo el agua tibia entiende que todo aquello que ve es su propio ser. Su cuerpo. Limpio, terso, blanco, hermoso. Todo niño es hermoso en la infancia y él mucho más que cualquiera. Porque cuando ríe el mundo estalla en mil colores.

 

Mira el dorso de sus manos y las muerde. Sus dientes aún tienen una serie de puntas filosas; las toca y le gusta sentir el modo en que su uña va arrastrándose por esas serranías.

 

En su cuarto hay una puerta que conduce a un baño privado, pero él jamás lo ha usado a solas.

*

Ahora está con su padre y parece que recorre el camino por primera vez; lo ha visto tantas veces que lo olvida cuando llega a casa y la tarde con sus últimos cálidos reflejos de sol, le hacen cerrar los párpados en el arrullo que le produce la voz de Carmen cuando, ella, quizá por décima vez en la semana, le cuenta ese pasaje del cuento en que la princesa escapa del castillo encantado, envuelta en los brazos de ese joven de cabellos negros y ondulados que sólo le dice que la ama y que la amará hasta que se acaben los tiempos.

 

Su padre cree que en algunos meses podrán mudarse a un departamento con pocos cuartos. Desde la muerte de su esposa no recibe visitas y ha dejado de ir a los lugares que ella prefería. Mantiene cerradas las cortinas y para muchos es como si nadie viviera en aquella construcción de principios de siglo.

 

Ha llegado a pensar que con el dinero que obtendría por la venta de la casa, resultaría más cómodo y útil internar a Joaquín en un centro donde pudieran ocuparse de él con cuidado y que tal vez…, con el tiempo… algo bueno podría suceder.

 

Ha perdido las esperanzas de verlo convertido en un hombre como los demás, pero al menos, de esa manera podría darle una mejor vida a su hija, que Dios sabe que necesita un respiro de toda esa carga.

*

Sueña con que Joaquín responda a todas sus preguntas. Sin embargo, se resigna. Sabe que para que llegue ese momento, aún falta mucho trabajo, tiempo y dinero. Dinero que se le escapa entre las manos. Su trabajo ya no es tan rentable como los años anteriores, las inversiones han bajado y la guardia civil no hace nada para detener a los que transportan su mercadería sin pagarle lo que corresponde.

 

El mercado del arte era suculento en otros tiempos, pero ahora hay reproducciones y la competencia cobra mucho menos. Y aunque su calidad es infinitamente superior los nuevos compradores son realmente unos ignorantes y no saben reconocer diferencias. Así que él tuvo que bajar los precios y tratar de conseguir trabajos a destajo en salas creativas de publicidad.

 

Mientras él va organizando mentalmente las finanzas del mes, Joaquín se entretiene con las palomas que va espantando a su paso.

 

Si tan solo su padre le soltara la mano, él también se lanzaría a volar y vería todo desde lo alto del cielo y respiraría un aire tan puro que sus ojos empezarían a lagrimear. Gritaría tan fuerte que los hombres desde el suelo levantaríamos la cabeza y posaríamos la mirada en el circular vuelo que realiza con toda la energía que ha guardado todos estos años.

 

Porque al final, tú y yo, sólo somos gente pasando por la calle, teniendo miedo de la ira de Dios y de que se desplome todo el amor a nuestros pies.

 

Pero Joaquín intenta remontar el horizonte buscando alguna fuente de la que pueda beber el agua que lo refrescará después de haber estado tan cerca del sol como en sus sueños.

*

Se acercan al cementerio y con cada paso, hay más personas al rededor. Algunos los observan. La mayoría, pasa de largo. No se preocupan por ellos. Todos sostienen flores de colores. Los olores se confunden y es tanta la frescura que a Joaquín se le escapan algunas lágrimas.

 

No reparan en las manos de Joaquín que se mueven entre las flores de los jarrones de vidrio templado. Las floristas lo conocen y saben que es inofensivo y que, si las estruja demasiado, su padre pagará por el daño.

 

En ese momento su padre vuelve a preguntarse por qué está ahí.

 

Lo ha olvidado y ha sido mala idea salir con Joaquín a caminar. Deberían haber tomado un taxi de la puerta de su casa. Ahorrarse todo el trámite de intentar ser un buen padre para su hijo.

 

Compra algunas flores.

 

Ha dejado de preocuparse por escoger las mejores. No sirve de nada, si al final, ella no está ahí. Ahora simplemente recibe aquellas que la florista le entrega.

 

Aún recuerda cómo se reza, pero prefiere hablar con ella.

 

No siente que ella, desde el lugar en que se encuentre, lo pueda ayudar.

 

Así, poco a poco, también dejará de hablarle de Joaquín. No tiene mucho por contarle sobre la familia que dejó. Prefiere verla como una amiga que ha dejado de estar presente en su vida. Cada oración, cada conversación, para él equivalen a cartas que manda y que jamás tendrán la respuesta que espera. Ella ahora no puede hacer más. Pasó a ser otro fantasma que de tanto en tanto, ronda por su casa, habitando su mente y contaminándole el ánimo. En esos días, el simplemente no tiene ganas de salir de la cama. Pero aprendió a darse modos. Para los niños la vida no se detiene. Y el dolor, el dolor se oculta muy por debajo de la piel. Pero ya saldrá. Y ellos se sorprenderán de cuánto duele la ausencia.

 

Y aunque aquella certeza le hace dolor el corazón, es mucho mejor que mantener con vida el recuerdo de la que fue su mujer.

*

Necesita volver rápido a casa. Es domingo de fútbol y esta tarde se definirá si España pasa o no a la final. Quiere tomar un whisky acompañado con papas fritas. Olvidarse de su trabajo y de la recámara de Joaquín. Desea dejar de pensar en Carmen y en el jardín que desde hace meses tiene descuidado. Quiere volver a sentir placer cuando se masturba en la ducha.

 

Antes de entrar en el mausoleo, mira a Joaquín. Le quita los lentes, se los lleva a la boca y exhala sobre los cristales de plástico. Luego, con su pañuelo celeste, los limpia con cuidado. Los ve al sol y queda satisfecho. Sonríe un poco y se los coloca de nuevo. Joaquín también le sonríe y dice algo que su padre no alcanza a entender.

 

Le toma la mano con fuerza y aceleran el paso.

 

A Joaquín le gustaría decirle a su padre que le duele la mano cuando se la aprieta de esa forma.

 

Desea hablar como un chico normal para quejarse cuando sus primos le colocan chicle en el cabello o le quitan los autos metálicos con los que juega aquellas tardes de sábado. Odia cómo luego Carmen tiene que cortarle el cabello de forma desigual con el fin de quitarle ese amasijo azucarado que tiene encima. Cuando por la ventana los ve llegar, se encierra en su habitación y bajo su cama oculta todos sus juguetes.

 

Ahí están ahora. Tú y yo los vemos en el Mausoleo.

 

Su padre le quita los lentes y los pone en una saliente del muro donde están, uno al lado del otro, los nichos de todos los familiares con las letras de sus nombres escritas en formas doradas y romanas.

 

Busca el de su mujer.

 

Ese nombre, que tantas veces ha leído, ahora ya no suena como antes.

 

Incluso le parece extraño que en otro tiempo lo hubiera repetido tantas veces y con tanto amor que ya no es posible estrujar más en los recuerdos. Simplemente los deja ir, como un mago que deja en libertad las palomas de su gran sombrero de copa.

 

El dolor es así, se acumula, y un buen día, se va, se aleja.

 

A Joaquín lo observamos mientras se agacha para tocar con el dedo índice ese bicho que acaba de salir debajo de una de las piedras que pisaba. Lo mueve. Lo molesta.

 

El bicho se escabulle con rapidez tratando de esquivar el dedo de Joaquín. Y él ríe y grita. Ya no vemos a su padre. De seguro se encuentra junto a la mesa, cortando las hojas que sobran de las flores compradas. Y coloca todo con cierto orden en el jarrón de porcelana blanca que proyecta a su manera la luz eléctrica que se desprende del oscilante foco que tiene sobre su cabeza. Y desde donde está mira la forma en que Joaquín se arrodilla. Lo ha logrado. Lo toca, lo tiene entre los dedos y de golpe lo suelta y comienza a llorar.

 

Sus gritos te alarman y quieres ir junto a él para ver qué pasó y te detienes porque lo ves revolcarse en el suelo. Su rostro está completamente rojo, y su ropa, en poco tiempo, está echa un asco. Desde dentro del mausoleo le gritan su nombre.

 

Algunos segundos después, vemos que su padre llega a su encuentro y lo trata de incorporar, pero no puede. Las personas que caminan rumbo a los nichos donde presumen que descansan sus familiares, son como nosotros y hacen lo mismo. Se detienen y ven la escena sin hacer ni decir algo que los pueda ayudar.

 

Desde donde estamos no se puede distinguir qué está pasando. Joaquín no deja de llorar y su padre le toma las manos. Descubre que una de sus falanges está morada y completamente hinchada, casi transparente.

 

Sus brazos están con sarpullido y los ojos le bailan entre las cuencas. De la nariz se escurre una mucosa lechosa y los gritos, los gritos son terribles.

*

Su rostro se contrae. Asustado también él mueve los ojos. Busca con la mirada entre las piedras del suelo y lo ve. Está quieto, y aún con el aguijón levantado se esconde cerca de unos pastos que lograron emerger entre las baldosas de cemento. Su padre lo reconoce al instante y él que sabe tan poco de su hijo, empieza a pedir ayuda y grita.

 

Nosotros aún no hacemos nada.

 

Una mujer le da las flores a su hija y corre hacia la derecha. Varios hombres sin decir nada, también empiezan a correr, pero se dirigen a la puerta de ingreso. De pronto todas las personas que estaban quietas y en silencio, van formando un círculo alrededor de ellos.

 

Se oyen preguntas y varios se agachan e intentan controlar a Joaquín, que en todo este tiempo no ha dejado de llorar ni de patalear.

 

Un montón de bocas como parlantes saturan el aire.

*

Entretanto, el padre de Joaquín piensa en su hijo y en las flores que la gente está destrozando con sus pisadas al intentar ayudarlos.

 

Intenta incorporarse, pero los brazos de Joaquín lo enlazan y lo jalan al suelo.

 

Su padre imagina que pronto llegará la ambulancia, que los gritos cesarán y que el partido de fútbol de la selección española, con suerte, lo podrá ver en diferido. Siente el sabor de las papas fritas escapar de su paladar y no sabe si es correcto sentirse decepcionado y frustrado de ese modo. Después de todo, es el cuerpo de su hijo el que tiene angustiado entre los brazos.

*

Ve cómo Joaquín está cada momento más y más colorado y ya no es sólo su dedo lo que se ha vuelto transparente. Ahora también su brazo está hinchado y observa la forma en que sus venas se convierten en líneas finas, interminables e intermitentes.

 

Parecería que sólo quedan iluminadas gracias al correr esporádico de la sangre.

 

Se acerca más a Joaquín y comienza a hablar con él.

 

Le dice palabras dulces. Lo intenta tranquilizar. Que no duerma. Que no se le escurra entre las manos. No él. No hoy.

*

Se olvida de todos los estamos a su alrededor.

 

Joaquín babea y grita, entorna los ojos; mira al cielo, y su corazón se dilata, y luego, va más despacio. Y mira a su padre. Lo reconoce. Le sonríe un poco, pero cuando lo hace, más saliva espumosa emerge de su boca, y comienza a perder el poco calor que guarda en su interior. Su cuerpo parece tan frágil.

 

Su padre lo abraza con fuerza y mientras se balancea, le dice: “Shhh, tranquilo… tranquilo hijito, ya pasará… shhhh”.

 

Empieza, entonces, a contarle una historia, aquella que siempre le contaba cuando lo veía inquieto y sin ganas de dormir.

 

Observa el rostro de su hijo y piensa que sonríe al escuchar su voz.

 

Pero tú y yo sabemos que Joaquín no sonríe. Está a punto de quedarse dormido.

 

Todo su cuerpo empieza a detenerse.

 

Oímos la forma en que su padre le cuenta esa vieja historia, ahora que es tarde y no hay nada más de qué hablar.


CHRISTIAN JIMÉNEZ KANAHUATY

Nacido en Bolivia, ha publicado dos novelas, "Invierno" (2010) y "Te odio" (2011), con la Editorial Correveidile. La novela "Familiar" (2019) fue publicada por Editorial 3600. "Paisaje" (Ediciones E1, 2020) y "Cuidar el Fuego" (Editorial Plurinacional del Estado, 2023) son sus más recientes obras.

Ha contribuido con su poesía a varias antologías como "Cambio Climático, panorama de la joven poesía boliviana" (Fundación Patiño-Bolivia); Tea Party I (Cinosargo editores-Chile), Traductores del silencio (Sanatorio editores-Perú) y Sucia Resistencia (Ed. Groenlandia, España). El pomeario "Moxos" fue publicado el 2023 (Editorial Plural).

Cuentos suyos aparecieron en antologías como "La nueva generación" (Ed. Correveidile-Bolivia, 2012) y "de Imposibilidades posibles" (Editorial Kipus-Bolivia, 2013). "Nuevos Gritos Demenciales, antología del cuento de terror" (Editorial 3600, La Paz, 2011), "Una espuma de música que flota. Antología de cuento Bolivia-Ecuador" (Editorial Jaguar, 2015) y en la revista Intravenosa de Argentina.

Dentro de su obra de no ficción destacan el libro "Ensayos de memoria" (Autodeterminación, 2014), "Bolivia. El campo académico, cultural y artístico 2003-2016" (Autodeterminación, 2017), "Movilización indígena por el poder" (Autodeterminación, 2012), La maquinaria andante (Abya-Yala, 2015) y Distorsiones del colonialismo (Autodeterminación, 2018). Sus últimos trabajos publicados son el ensayo titulado "Roberto Bolaño, una apropiación" (2020).

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