Christian Jiménez Kanahuaty I ENSAYO I BOLIVIA
El autor analiza cómo la lógica mercantil y cultural del posmodernismo influye en la narrativa literaria. A través de un examen de "El arcoíris de gravedad" de Thomas Pynchon, "La broma infinita" de David Foster Wallace y "La casa de hojas" de Mark Z. Danielewsky, el autor destaca cómo estas obras abordan temas como la fragmentación, la identidad y la crítica del capitalismo. La novela posmoderna desafía al lector a ser un participante activo, desentrañando capas de significado de la obra.
Hay ciertamente un factor insoportable en la lógica mercantil y cultural que posee el tiempo posmoderno. Desde lo descartable hasta la crisis de los metarrelatos, pasando por la disolución de las identidades y el devenir como espíritu de época, que, en cierto modo, no abre espacios de diálogo, mas al contrario, los clausura imponiendo un punto de vista subjetivo y superficial sobre los tópicos que construyeron las humanidades en el siglo pasado. Pero, a pesar de ello, la posmodernidad ha logrado constituir un eje sobre el cual se sostiene también su crítica. Y el arte de la novela es uno de esos espacios donde la crítica se hace más visible y un poco más esquiva, porque demanda del lector despojarse de su situación de espectador y ser un ente activo en la producción de significado de un discurso que ya no está dislocado debido a la interferencia de lo mediático, sino que se encuentra cubierto por capas y capas de sentido, donde cada uno de ellos apunta un lugar en la cultura que necesariamente fue hegemónico en su momento para construir desde la nación hasta el comercio global.
El arcoíris de gravedad
Thomas Pynchon es quizá uno de los promotores de lo delirante como artefacto que distorsiona el movimiento del progreso en las sociedades. Encuentra en el delirio la posibilidad de demostrar cómo es que se puede ir más lejos en el afán de control, de acumulación y de poner todo al servicio del ser humano. En su novela más famosa, prima lo fragmentario, lo sexual y lo histórico. Los tres temas serán más o menos recurrentes a lo largo de toda su obra. Pero tiene Pynchon también el propósito de documental el nacimiento y declive de Estados Unidos. Sus novelas hacen un seguimiento histórico al mundo que el conoce, pero del cual descree.
Y no es casual que sus novelas sean también improvisaciones sobre la forma y el estilo, porque parecería que cada época encubra su propia formulación estética. La novela debe seguir la estela de la forma para alcanzar un significa que no sea sólo el del autor, sino que represente a un tiempo. Un tiempo que como ejercicio tiene una referencia geolocalizable, pero que luego puede estar en cualquier sitio.
Los espacios que enumera Pynchon son los espacios de la memoria del siglo XIX y XX, y por ello nos competen a todos. Él abre la posmodernidad como una elaboración meditada sobre el arte de narrar el universo en un evento y desde el fragmento y los juegos del lenguaje y las distorsiones sobre los nombres y la identidad. Postula un mundo que no es que esté en decadencia, pero está organizado para que todo lo que ingresa en él poco a poco quede a su servicio.
La broma infinita
Si el comercio mundial tiene un referente claro para el imaginario este ya no es el mercado ni las bolsas de valores, los referentes hoy son las marcas y no hay nada más irónico en la apuesta del valor que colocar el nombre de una marca al año en cursos, sustituyendo los números por logos. Y en eso David Foster Wallace, el autor de La Broma infinita, se apunta una fórmula que va más allá del planteamiento de Pynchon. Es un modo en que se hace crítica del sistema capitalista desde el propio sistema, desbaratando su creencia más férrea: todo se puede comprar.
Y como todo se puede comprar, hay rondando en la novela una cinta de VHS que, al verla durante horas y horas en un bucle, causa la muerte del espectador. Más allá de las metáforas que esa acción pueda desatar, lo importante es ver que, para su autor, el aburrimiento tiene la contra cara del entretenimiento, pero demasiado entretenimiento puede ser nocivo para la salud. Dejas de pensar, de imaginar y amar. Por lo tanto, mueres lentamente.
Por el otro, está la academia de tenis, un lugar en el que la competencia no se halla sólo en la desenvoltura de los cuerpos. Está en la dimensión de lo que puedes o no ocultar a aquellos con los que convives cotidianamente. Eres una representación que es constantemente interpretada por los demás, por ello, no hay una identidad que puedas sostener como propia o única. Se es muchas cosas al mismo tiempo y a lo largo de cada espacio social por el que se transita. Y aquí el problema no es necesariamente que la novela sea un objeto más de mil páginas donde se resuelven delirios de la trama en las notas que existen al final del libro. El problema real es que el maximalismo de la narrativa parece ser la única instancia que puede capturar la movilidad del tiempo y su flexible manera en que las personas lo interpretan y se incorporan a él.
No es casual que luego de La broma infinita, El rey pálido (la tercera novela de Foster Wallace) sea una meditación sobre el trabajo que causa tedio y sobre el modo en que el trabajador se adapta al tedio logrando extirpar de su ser cualquier ansia de sobresalir.
La casa de las hojas
Es Mark Z. Danielewky otro de los escritores norteamericanos que da un nuevo sentido al tema del visionado de una cinta de VHS al poner como centro de la novela una grabación que demuestra las múltiples dimensiones físicas, emocionales y sensoriales que habitan en el lado material de una casa. Siendo una novela gótica, futurista, realista y paródica, La casa de las hojas es la novela que inventa un modo de lectura que, a pesar de su innovación, envejeció muy rápido y muy mal. No por culpa de la novela, sino porque hay ahora herramientas multimedia que hacen que la creación de Danielewky parezca un poco rancia.
Aquí está la puesta de la trama, una historia de misterio sobre crímenes y un ensayo erudito de teórica literaria que precede la acción. Y un modo de ejercer la crítica antes de la lectura, como si su autor, preocupado por la recepción del libro, subrayase algunas maneras en que puede ser leída e interpretada su creación. En ese sentido, es metaliteratura, pero sin dejar de rozar lo paródico y lo dislocado.
Es la dislocación del sentido sobre lo que se lee lo que está en juego porque la escritura es una coda, pero la puesta en página al momento de la publicación es el verdadero nudo del libro. El libro une la gráfica de la publicidad con la edición moderna para colorear palabras, añadir figuras geométricas y rediseñar el espacio en que serán impresas las letras. Esto ayuda a la lectura porque implica que aquello que está sucediendo en la trama se vea reforzado por el modo en que ésa descripción está puesta en la página.
No es un alarde de InDesign, pero hay algo de eso, porque luego, en una segunda o tercera lectura, el lector reconoce que muchas de aquellas grafías no eran necesarias porque de todos modos se entiende lo que pasa e igual se gesta una emoción. Hay de nuevo, la fuerza de las palabras antes que la contundencia de la imagen lo que prima en una novela pensada como crítica al mundo visual y como querella contra un mundo que también tiene el afán de registrarlo todo, incluso lo sobrenatural.
Final
Entonces lo que sucede en la novela posmoderna es tanto un acercamiento al desierto de lo real, como su llenado. Se llena de sentido el desierto y al hacerlo se lo distorsiona, porque en la distorsión está la crítica meditada y el sentido de la parodia. Pero también está el ansia de narrar amparado por el historiador de lo contemporáneo que vive en cada uno de estos narradores. Narradores que, por otro lado, no se encuentran en el centro del mercado debido a su facilidad, sino que están al centro porque implica un esfuerzo su lectura. Lo que quiere decir que en cierto sentido rompen una lanza en favor del linaje de la literatura que arranca con el Tristan Shandy, el Ulises de Joyce y las novelas que durante más de 50 páginas iniciáticas hacen trabajosa la lectura como manifiesto de que el autor necesita que el lector se comprometa a ese ejercicio, porque sabe que tras esas páginas y luego, en las posteriores 500, encontrará los argumentos necesarios para ir perfilando las respuestas necesarias para dar por sentado las viejas preguntas de los debates que el siglo XX colocó sobre la mesa de la cultura, la policía, el sexo y la identidad.
SOBRE EL AUTOR
Christian Jiménez Kanahuaty (Bolivia) ha publicado dos novelas, "Invierno" (2010) y "Te odio" (2011), con la Editorial Correveidile. La novela "Familiar" (2019) fue publicada por Editorial 3600. "Paisaje" (Ediciones E1, 2020) y "Cuidar el Fuego" (Editorial Plurinacional del Estado, 2023) son sus más recientes obras.
Ha contribuido con su poesía a varias antologías como "Cambio Climático, panorama de la joven poesía boliviana" (Fundación Patiño-Bolivia); Tea Party I (Cinosargo editores-Chile), Traductores del silencio (Sanatorio editores-Perú) y Sucia Resistencia (Ed. Groenlandia, España). El pomeario "Moxos" fue publicado el 2023 (Editorial Plural).
Cuentos suyos aparecieron en antologías como "La nueva generación" (Ed. Correveidile-Bolivia, 2012) y "de Imposibilidades posibles" (Editorial Kipus-Bolivia, 2013). "Nuevos Gritos Demenciales, antología del cuento de terror" (Editorial 3600, La Paz, 2011), "Una espuma de música que flota. Antología de cuento Bolivia-Ecuador" (Editorial Jaguar, 2015) y en la revista Intravenosa de Argentina.
Dentro de su obra de no ficción destacan el libro "Ensayos de memoria" (Autodeterminación, 2014), "Bolivia. El campo académico, cultural y artístico 2003-2016" (Autodeterminación, 2017), "Movilización indígena por el poder" (Autodeterminación, 2012), La maquinaria andante (Abya-Yala, 2015) y Distorsiones del colonialismo (Autodeterminación, 2018). Sus últimos trabajos publicados son el ensayo titulado "Roberto Bolaño, una apropiación" (2020).
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