Eccio Casasanta UrrutiaI RELATO I VENEZUELA
El autor ítalo-venezolano comparte dos relatos con los cuales nos sumerge en cuestionamientos existenciales de la humanidad como el sentido de la vida o la incertidumbre ante la muerte.
EL MUNDO SE ACABA
Un susurro inquietante preocupaba aquella noche en el pueblo; la gente estaba asustada, decían que el mundo se acaba. En la oscuridad caminaban, se arrodillaban; los astros habían revelado la caída de los sueños. Un estruendo conmovió la tierra, sin embargo, en la profundidad de sus miedos, un grupo de amigos inseparables, sin saber qué hacer, decidieron reunirse en una casa cercana. No somos inmortales, gritaban. Sumergidos en sus sueños de libertad, como fuente donde descansan los secretos y misterios, entre sonrisas y lágrimas, decidieron construir un jardín de cristal y flores donde se guardarán las ilusiones. Sería capilla y testigo, presagio de la despedida física, donde vivirán y morirán juntos. Configurando sus propios destinos, un recuerdo que será legado y testamento de la amistad. Catástrofes no previstas se acercan. El destino, actor de tormentas, destruye las casas en el bosque con hachas sin cordura. Perdura en los corazones la llama y los dragones que tendrán que enfrentar como ciervos escondidos. Pero Dante, siempre supremo, toma la mano de la humanidad pecadora, mientras Virgilio los guía por el infierno de la distancia.
De repente el leñador de la tierra exclamó:
¡¡¡El mundo se acaba cuando los caminos separan las memorias, mientras las almas sentadas juegan pintando corazones rotos!!!
OLOR A MIEDO
Como siempre me encontraba solo. Mis vecinos, aparentemente normales, llevaban una vida intranquila, ordinaria, amarga… Al llegar la incandescente noche, escuché por algunos instantes agónicos ruidos con olor a miedo, quizás el viento o el frondoso abedul. No sabía diferenciar qué estaba sucediendo, el vasto universo parecía exasperado. Entre mis nervios y el sueño incesante, logré distinguir una silueta, era un hombre, con un abrigo de melancolía, protegiéndose de la vanidad del frío que acosaba irreprochable. Se me perdió entre las sombras. Lo vi de nuevo en mi habitación, no tan viejo, con rasgos de tristeza, de buen aspecto, un poco delgado. Se sentó en silencio. Me miraba fijamente, podía sentir su soledad:
—Estamos atrapados en una realidad virtual— me dijo. Sin memoria, adaptados a las circunstancias, nunca nos detenemos, tenemos prisa, el sueño no existe, despertamos con sobresaltos días y noches, cómplices que niegan todo.
En el transcurso de su monólogo, que duró unos cuarenta y dos minutos, tratando de no ser pedante le pregunté:
—¿De dónde sacas esa fatalidad, infame pensamiento que destruye el tiempo y las creencias?
A lo que responde:
—Nadie sospecha que están todos muertos, tus vecinos abarrotados de crepúsculos que no existen y el ineludible e inexistente mundo, atrapados en una realidad donde la nada es la comunión de los pecados. Lo que conocemos como la sonriente vida, es la muerte donde las ofrendas, son páginas en blanco, penitencias sin cancelar, el infierno justifica su presencia, estamos intactos, sin nacer. Al morir, comienza la verdadera vida; es cuando realmente germinamos. ¿Puedes llamar vida al desembarco del terror?, ¿a la lepra de la tristeza?, ¿a las carnes que se arrastran con fuego y ensangrentadas? ¿A templos que devoran inocencias? La humanidad está sometida a heridas que no cicatrizan, profana sus limitados momentos de felicidad flagelando la voluntad de los segundos para ser feliz sin asombro. ¿Puede tu titiritero permitir tu rebeldía? Ese forastero invencible estrangula ilusiones, desmorona sueños entre medias noches. Dirige el propósito de tu indeleble muerte mientras contemplas la inmediatez de tu vida sin restaurar la irrealidad, travesía brillante y solitaria. Lo esencial se hizo recuerdo, atrapados en una mentira sin memoria.
Después de mi largo silencio, me mostró un libro lleno de inconsolables gritos con páginas tristes y rastros confundidos. Despertaba la determinación de mostrar la verdad. Todo giraba en un desafío físico y mental. Era propicio el momento, sintiendo el frío del miedo, explicar de dónde venía. Había fallecido sobre hojas sin rocío, buscando derrotar el dolor y sufrimiento. Descubrió que cada despertar era un sueño eterno. Sorprendido, me dijo:
—Prefieren mantenernos en la realidad virtual, incluso después de la muerte…
Asombrado, él finalizó la conversación diciendo que el tiempo no existe, mientras yo despertaba con pensamientos dislocados, me observaba en el espejo que no tengo, mientras mi alambrada voz me repetía en la utopía de mi presencia, que debía prepararme para el almuerzo de metáforas, caminar por las líneas de mi espacio y abandonar el hospital donde me tienen sedado pensando que estoy muerto…
SOBRE EL AUTOR
Eccio Casasanta Urrutia (Venezuela, 1968) es un poeta italovenezolano, haikista, profesor, fotógrafo, escritor de relatos y novelas e ingeniero agrónomo. Recientemente finalista para formar parte de tres antologías en las que se incluyen haikus, poemas y microrrelatos en España y Colombia. Una antología de relatos y poemas en la revista Autores de España. Dos antologías de poemas en Milán (Italia) con la casa editorial Aletti Editore. Ha publicado dos libros: Almas Inmigrantes y Las Orillas de las edades ( este último escrito en inglés y español en el mismo libro), ambos a la venta en Amazon. Con diversas publicaciones en prestigiosas revistas digitales de Latinoamérica. Se le considera un poeta romántico que expresa en su poesía un lenguaje simbólico también ligado al modernismo y vanguardismo, con moderados tonos populares.
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