por Omar Cruz I POESÍA I HONDURAS
El autor hondureño nos comparte una muestra de su obra poética donde crea atmósferas inquietantes, pero a la vez familiares.

QUISIERA ESCRIBIRLE UN POEMA A MI MADRE
uno que no hable de mares embravecidos
ni de primaveras que se apagan
cuando la ira de los vientos se hace sentir
y arrasa con todo a su paso.
Uno que omita la barbarie
y no le diga que allá afuera
hay gaviotas mutiladas
que se desangran en el agua
mientras las aves rapaces llegan
a devorar lo que queda de su cuerpo.
Quisiera escribirle un poema
que no hable de soles iracundos,
que con cada rayo sentencian a muerte.
Quisiera escribirle algo que no hable
de dioses ausentes
y mucho menos de hombres de fe
que agachan la mirada
y después toman vino y café
cuando frente a ellos mueren niños.
Quisiera decirle a mi madre
que el gris de sus cabellos
es el pasaje que obtuvo
para viajar a otros mundos,
en donde su sonrisa es posible
y sus manos son pétalos de fuego
que supuran algunas heridas.
Quisiera escribirle un poema a mi madre
lleno de esperanza y lugares desconocidos,
de montañas no desmembradas
y de sueños que no son utopías.
Un poema sin ángeles caídos,
sin figuras retorcidas ni retóricas de muerte.
Un poema que la traiga de nuevo
para fraguar lo que queda de la vida.
HOMBRE DURANTE MUCHOS AÑOS
Roble imparable,
que se yergue ante el tiempo y la memoria,
que no se deja atormentar
por los hachazos ni los desfiladeros
y mucho menos por las motosierras.
Zorzal que se desborda en los cielos
y se aferra a la vida;
hombre pájaro que hace del silencio epifanías
que laceran el esqueleto perturbador
que habita en el lenguaje de los días.
Hombre que reposa en el suave manto
que hilan las viejas máquinas de coser,
hombre que navega entre mares embravecidos,
hombre que había elegido sus plegarias
desde antes de nacer.
Padre hidalgo de mi madre,
carne de mi carne y sangre de mi sangre,
hueso que mora entre mis huesos,
palabra esculpida ciento cinco veces
en la temblorosa palma de mi mano
y en las ondas lagunas de la historia.
Hombre durante muchos años,
mi abuelo para lo que resta de la eternidad.
EN EL SÉPTIMO DÍA NACIÓ EL CUERNO DE CHIVO
En el séptimo día,
cuando Dios ya había construido todo,
los ángeles se revelaron
y llenaron de caos y destrucción
el reino de los cielos.
Estando Dios enfurecido
por la rebelión de sus creaciones,
expulsó a los ángeles traidores
hacia lo más marchito del edén
y dejó caer junto con ellos
un ángel impuro y deforme
con las mil enfermedades de la vida.
Mi abuelo nos contaba:
que en las escrituras apócrifas
Adán vió llegar al Ángel
y luego lo cuidó,
y sopló por encima de su cuerpo
hasta quedarse sin aliento
y sin una gota de saliva.
En el séptimo día Adán despertó
y tuvo en sus manos un cuerno
que vomitaba fuego
y cortaba algo más que la piel.
Adán, al recordar los designios de Dios,
también recordó la imagen de Samael
y lo bautizó como cuerno de chivo.
A DÓNDE VAN LOS POEMAS QUE NADIE QUISO TERMINAR DE ESCRIBIR
Primero se extingue la luz
la luz que antes perforaba
todo a su paso.
De la mirada de los gatos
surge la forma de un candelabro
y la luz ya no vuelve,
se queda atrapada en el vacío.
Esta noche
quisiera escribir sobre los hijos
no nacidos de los poetas,
aquellos que decidieron no reconocer
o incluso los que dejaron abandonados
en alguna hoja de papel blanco
o en las teclas de una vieja computadora.
Esta noche frente a una hoguera
aparece el rostro de Baudelaire
y me pregunta en varias ocasiones:
¿qué haré con los poemas
que no terminé de escribir?
Esta noche es tan terrible
que también quisiera construir féretros
con los huesos de viejas palabras
y regar la ceniza que brota tras incinerar
el cadáver de algunos poemas.
Mi madre desde la lejanía me dice:
primero se extingue el fuego
y después la esencia de la luz.
Los poemas que nadie quiso
terminar de escribir
hoy moran en antiguas sepulturas
esperando volver a nacer.
LA CENIZA Y LA RAZÓN EXTRAVIADA
Quizá mi verdadero propósito
consistía en heredar otro nombre,
construir una barca y navegar,
recorrer lugares desconocidos,
esperar la llegada de las tinieblas
y leer un poema junto a Caicedo
mientras los ángeles encolerizados
nos escupen salmos sobre nuestra cara
y hacen pedazos nuestras tristezas.
Mi madre me contaba
que yo debí tener el nombre de Caicedo
y hacer de mi cuerpo una celda
un calabozo fatal y sin fortuna.
Es por eso que a veces, cuando es de noche
en mi habitación Caicedo lee mis poemas
y me pregunta si mi madre aún me ama,
si puedo pronunciar su nombre
sin temor a las sombras,
sin abrir la herida que aún no ha sanado,
sin derramar una sola lágrima.
Pero como heredar lo que no hemos pedido,
lo que no hemos encontrado,
lo que sin razón se nos ha negado.
La sangre es un ritual fragmentado
y el linaje imposible que la perpetúa
un poema elegíaco de Caicedo.
Hoy, mientras el incienso nocturno
se enciende y el fuego me acompaña,
decido fabricar una nueva forma de esperanza:
un lugar muy lejano en donde Caicedo
recoja la ceniza y recupere la razón extraviada.
SOBRE EL AUTOR

Omar Cruz (El Progreso, Yoro, Honduras, 1998). Es estudiante de la carrera de Periodismo y Antropología en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Algunos de sus textos aparecen en diversas revistas literarias, periódicos de América y España. En el año 2022 fue finalista en el Concurso de Cuentos de Suspenso, Ciencia ficción y Misterio convocado por la revista literaria mexicana Inéditos y en 2023 ganó la Convocatoria de Ensayo Breve de la revista literaria Vuelo de Cuervos en España. Es autor del poemario: Hologramas de ayer, hoy y para siempre (Atea Editorial, 2019). Ha sido traducido parcialmente al inglés, catalán, italiano y al japonés.
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