A Yann Tiersen y su canción homónima
Miles de civiles mueren en Oriente, en Occidente. Aquí también mueren, en este país azotado por el conflicto armado ahora negado por estos gobernantes. Infamia. La gente muere de hambre todos los días. El racismo con el resto de –ismos y la homofobia nos van dejando sin memoria o alegría. Las mujeres somos violentadas de alguna manera en cualquier lugar del planeta a cada segundo y minuto que pasa. Morimos a manos de nuestras parejas, exparejas, conocidos y extraños. Niños famélicos. Pequeños y pequeñas, todos llenos de lombrices en sus tripas. Niñas y niños esclavos del sistema enfermo y salvaje que vivimos, consumimos y reproducimos. Hombres sujetos a ejercer y hacer prácticas para lo que no se sienten hechos.
Esta soledad humana que nos atenaza y martiriza a cada momento; mientras todas y todos esperamos ser salvados por alguien que nos quite el aliento, un ser capaz de devolvernos las sonrisas entre tanto tormento, desolación y oscuridad. Sin embargo, el tiempo corre como un río y nuestras vidas se convierten en pequeños ciclones de adversidades, situaciones escalofriantes y también amenas, tiernas, interesantes.
Qué extraño mundo en el que vivimos hoy en día. La gente muere de odio, de intrigas y mentira. El mundo muere de sed cada segundo. Así como hoy la Amazonía muere de fuego, de capital, de violencia e indiferencia; la humanidad inventa nuevas tretas: la salvación, reencarnación, muerte, guerra.
Todo es caos, morboso e interesante. A veces infame, burlándose de nosotros; en otras ocasiones es un sueño perfecto y quisiéramos que fuera sempiterno. Entre todo ese agujero oscuro, la economía va y viene como la marea como si ese sinnúmero de bocetos insólitos atrapase la realidad con las manos. Pero, ¿quién consigue alcanzarla? ¿Quién pondera la (nuestra) felicidad?
Imagen: Banksy - Sin título
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