Aún recuerdo el primer instante en que la contemplé. La fuerza de su mirada te deja inmóvil. 1.200 fibras colgaban de sus piernas. Vestía una falda acampanada que dejaba al descubierto dos grandes muslos.
—¡Eres un idiota! Estás enamorado de Ana, ahora quieres darle un hogar trayéndola a esta casa de campo. Seguro ya le hablaste de tu amor puro y planeaste todo un futuro con ella. Deja de insistir en obtener su amor, piensa más bien en cómo te la vas a coger.
—¡No puedo hacerle el amor de otra manera que no sea con ternura! Detesto cuando usted habla con violencia, siempre aconsejando la furia como solución a los problemas. Usted nunca conoció el amor y la bondad. ¡Déjeme aprovechar este momento!, déjeme observarla y disfrutar de su presencia. Desde que está aquí el hogar es menos fúnebre.
»Todas las noches contemplo su cuerpo, imaginando lo bella que estaría vistiendo un traje blanco y ajustado, con unos lindos boleros de encaje y algunas plumas que decoren su cintura. Del pelo le colgarían, entre una trenza, algunos botones de rosas rojas. ¡Se vería hermosa! Estaría casi tan bella como lo estaba mamá al casarse.
—Lo burdo de su rostro no puede compararse con mamá. No tiene la misma onda rizada en el pelo, ni ese lunar grande en la mejilla. Aunque sí tiene un cuerpo delicioso con un par de tetas grandes.
—¡No me hable de sus senos!
»Usted sigue sin entender; yo no quiero a Ana como saco de penetración, ni como fuente de los deseos, yo realmente la amo.
»He fantaseado con tener entre mis brazos su figura y desde que llegó a esta casa he sentido comprensión y un poco de afecto.
»¿Puede creerlo? Ana, con todos sus silencios y su mirada fija, me da el amor que necesito. Ella me da toda su aprobación para besarla y no se siente asqueada cuando intento frotar sus brazos. Ella parece disfrutar de mi compañía y yo estoy dichoso de verla todas las
mañanas al despertar.
—Imbécil, solo la estás sobreestimando. No creas que todos sus silencios significan amor, o que su cuerpo arde de deseo por ti.
»Mira bien y dime, ¿no te parecen lindas esas dos tetas enormes y jugosas? ¿No deseas tenerlas en tu boca y que la viscosidad de tu saliva cubra esos dos pezones negros como botones? ¡Que el roce de tus dientes estremezca toda esa piel!
»¡Yo sé que la deseas! Más allá de tu palabrería estúpida y de toda esa mierda que hablas sobre lo maravilloso del amor, está ese hombre viril al que se le pone tiesa como asta.
¡Vamos, yo sé que puedes cogerte a esta mujer como Dios manda!
—Ana no se puede comparar con el pasado, además, ella necesita quién la consienta y le dé su lugar como la maravillosa mujer que es.
—¡Claro que sí!, consiéntela, frótale los pechos y pídele tres deseos, estoy seguro que te concederá lo que le pidas…
»Toca suavemente el interior de su entrepierna, frótale ese chocho… y si es necesario, para que ella se sienta aún más querida, lámela, ¡lámela, lámela! Lengüetea rápidamente su coño, te aseguro que te excitará la humedad de tu propia saliva.
—¡Cállese! Ana no es un objeto al que se pueda penetrar porque sí. Ana es el amor de mi vida.
—¡Huevón!, no lo pienses más, ahí está toda esa carne entera para ti. Hombre hambriento, ¡aliméntate!
—Todo el tiempo tengo que escuchar sus ridículas palabras… Haga silencio. Por favor, no hable… Déjeme contemplar la serenidad de Ana. Déjeme observarla mientras duerme, déjeme memorizar la curvatura de su ojo y la pequeña desviación de su tabique.
»Haga silencio mientras yo le mido nuevamente el grosor del labio inferior con mi dedo índice, deje que se lo mida, así nunca olvidaré los detalles de su linda boca. Podré contemplar por siempre ese beso sincero y casi maternal.
»Haga silencio… Sólo por esta vez…
—¡Hijo de puta!, yo no tengo porque callarme… Solo te aconsejo, trato de protegerte ¿no lo ves?
—No es cierto, usted es mi maldición. De mamá lo único que me quedó fue su asquerosa presencia. Es increíble, ¡cómo pudo parirlo! ¿Cómo salió usted de su sagrado cuerpo?
—No te asombres, mamá nos parió con gusto. De su coñito salió una cabeza enorme, seguida de un cuerpo moreno y sano, eso era lo que ella decía al mencionar el parto.
»Además no sé por qué te quejas, si mamá y papá te heredaron esta finca y ahora tú eres dueño del gallinero, todo lo que está en ese asqueroso cagadero te pertenece. Lo más importante es que nunca lograste quedarte solo, mira, aún estamos juntos.
—¡Somos inseparables e invencibles! ¡Vamos, sonríe! No estás solo, nunca has estado solo, te sigo a donde vayas.
—Su compañía jamás me ha sido útil, su palabrería solo me causa problemas.
—No tienes por qué verme así, yo no soy tu verdugo.
—Claro que lo es, aún recuerdo cuando éramos niños y usted me exigía ir al gallinero. Al principio se me hacía terrible tener que pasar en medio de ese montón de plumas y aves apestosas. La mugre ensuciaba el borde externo de mis botas de caucho y las gallinas huían por todo el gallinero. Me sentía impotente al no poder agarrarlas de un solo manotazo, así que fui violento. Cuando por fin pude atrapar a una de esas aves, a la pobre no le quedó más que picotearme fuerte, era natural, solo trataba de defenderse de un extraño.
»Como el opresor que era, traté de controlarla agarrando su pequeña cresta y sobando con fuerza su cuerpo emplumando. Las plumas color caramelo se enredaban por mis dedos; con calma, la gallina reposó su pico en el espacio que quedaba entre mi índice y el pulgar derecho. Su cuerpo dejó de sacudirse. La gallina ya no estaba histérica y tranquilamente disfrutaba el balanceo de mis brazos.
»La serenidad con la que se reposó en mí me conmovió un poco… La violencia y la fuerza no eran las mejores estrategias para que Bertica se acercara a mí. Yo tenía que ganarme su confianza, tenía que tratarla con respeto… Cada vez que deseara tenerla nuevamente, consentiría su cuerpo y acariciaría una por una sus plumas caramelo.
—Deberías agradecerme, gracias a mí pudiste conocer a Bertica, la gallina más linda y fecunda. Desde tu primer contacto con el gallinero te volviste un verdadero hombre, dejaste la cobardía y aprendiste a amar. Vamos, amigo, el calor de esas plumas te enamoraron de la vida.
—Después de mi primer encuentro con Berta tuve que volver al gallinero, ya no podía evitarlo, constantemente tenía que vigilarlas y asegurarme de que estuvieran bien: que el cuido tuviera esa contextura pastosa que tanto adoraban, que no creciera ni dos centímetros de maleza, que tuvieran la suficiente cantidad de agua, que ninguna superficie estuviera mínimamente mugrosa; aún uso pequeños copitos de algodón para desinfectar los bordes y rincones del comedero y el bebedero.
»Con Berta aprendí la compasión y el cuidado. Me permitió desbordar tanto amor que aún visito en las tardes el gallinero y continúo con mis rutinas de limpieza. Amo a Berta y a todas sus compañeras de galpón… Y ya no puedo evitarlo.
—No deberías pasar tu vida maldiciéndome, ¡deberías agradecerme! Por mí has conocido el amor. Por mí quisiste a Berta, pero sobre todo, gracias a mí, y no lo niegues, tienes a Ana toda para ti. ¡Debes sentirte afortunado! Lástima que nunca pudiste demostrar el cariño que cargabas por mamá, siempre te insistí en que la amaras, pero como el buen cobarde que eres, te asustaste y preferiste salir corriendo.
—No tiene por qué ensuciar la honrosa memoria de nuestra madre con sus palabras…
—¿Por qué crees que no merezco nombrarla? Yo tengo derecho, yo salí de su vientre, ¿olvidas que nacimos del mismo coño?
—¡No mencione más a mamá!, usted no tiene derecho a hacerlo…
—¡Por favor!, tú a mí no puedes prohibirme nada, acaso olvidas que mientras te cagabas de miedo porque no entendías por qué se te ponía dura cuando la veías en pijama, yo sí tuve el coraje de fantasear con sus lindos pezones negros. Mientras te pasabas noches en vela pensando en el sabroso movimiento que hacía su culo al menearse cuando ella trapeaba la casa, yo tuve los huevos de acercarme y tocarle en círculos las enormes nalgas. Sabes que poco me faltó para meter mi pequeño dedo índice…
»Siempre he tenido más fuerza y más valor que tú… es inevitable, siempre serás mi lacayo.
—No hable así de mamá, es asqueroso cuando se refiere a ella como un objeto de placer. Yo nunca toqué un centímetro de su hermosa piel morena…
—No la tocaste porque nunca tuviste el coraje para hacerlo. Pero sé que te morías de ganas por tener nuevamente sus pezones en tu boca. No lo niegues, te conozco muy bien y sé tus intenciones.
—¡No es cierto! Me enferma la idea de tener esos suaves pezones oscuros en mi boca.
—Tú conmigo no tienes que disimular, sé muy bien quién eres.
»Deja de perder el tiempo, cógete a Ana. Ya sé que ella tampoco es ajena a tu deseo. Debes aceptarlo, está deliciosa.
—Claro que no, no pienso tocar su cuerpo hasta que estemos consagrados ante la palabra de Dios. Entienda, nosotros nos amamos y queremos compartir toda una vida entera juntos.
»Anoche le conté mi deseo de compartir el mando de la finca y el gallinero con ella. Todo lo que queda en este terreno sería también suyo, las gallinas estarían a su disposición. Nuestros tres futuros hijos estarían encantados de corretear por todas estas tierras. Tenemos una asombrosa vida por delante.
—No pierdas el tiempo, nada te asegura que Ana siempre será tuya. Vamos, aprovecha que la tienes cerca, apresúrate, te queda poco tiempo…
—¿Poco tiempo?, Ana no se irá de aquí, ella sabe que yo soy su destino. Nada tiene que ir a buscar fuera de esta casa. Su futuro está conmigo.
—Realmente eres un completo imbécil, crees que Ana siempre estará contigo cuidando de este cagadero, crees que serán una linda familia feliz. ¡Por favor despierta! Cuando Ana se quede tendida en cama esperando que llegues a consentirle los labios y te vea todo el cuerpo cargado de plumas, con rasguños en las piernas y el palo lleno de caca, querrá salir corriendo de aquí. Tendrá deseos de levantarse y huir. Te abandonará y quedarás en ridículo, perderás el respeto que algún día te tuvo… Imagina cómo sería tu vida cuando ella se entere de que te encanta ese montón de cloacas que tienes allá atrás en el gallinero.
—No es cierto, Ana no tendría por qué huir, lo que pasa en el gallinero nada tiene que ver con sexo, ni violencia. Al contrario, yo he hecho de ese lugar un templo de amor, no como papá, que solo se encargaba de alimentar a las gallinas en las mañanas y de vez en cuando cambiaba el agua mohosa de los bebederos. Sus cuidados se resumían en la necesidad de tener gallinas ponedoras, entre más huevos pusieran, mejor para papá. La renta de tener un gallinero valía la pena, sobre todo con Bertica en casa, ella era la preferida. En las mañanas ponía un huevo grande y caliente.
»En cambio, yo jamás vi a ninguna de esas hermosas aves como objetos. Mi primer contacto con Bertica me enseñó sobre la compasión. Cuando la tuve dócil entre mis brazos, comprendí que los dos somos hijos de la misma tierra y producto del mismo creador.
»He dedicado toda mi vida a cuidarlas y conocerlas mejor: sé que a Rocío jamás le gustó el cuido, así que yo siempre le he cortado y cocinado en cuadritos de un centímetro los tomates y en tiritas de dos centímetros y medio el repollo; solo yo sé dónde Martina esconde sus huevos y ¡cómo se pone cuando los descubren!; también sé que Consuelo disfruta escarbar siempre en el rincón derecho del gallinero que apunta al norte… Yo aprendí a cabalidad todos sus comportamientos.
»Mi interacción constante con ellas me permitió entender que ni Bertica, ni Rocío, ni Martina, ni Consuelo, ni ninguna de sus compañeras de corral eran felices. Su vida se resumía en el encierro. Ninguna contaba con el vigor de un gallo. Jamás habían sentido la protección de un macho.
—¿Realmente crees que cuando te las cogías por el cagadero las hacías más felices?
—Yo nunca me las “cogí”, nunca sucedió con tal salvajismo. Yo solo las cuidaba. Les daba todo el amor que ni los gallos, ni mucho menos papá podían darles. Siempre fui dulce y muy tierno. Cada vez que nos reencontrábamos y nos volvíamos uno, cerraban sus pequeños ojos… al terminar, ya porque ellas lo deseaban, las soltaba en el suelo, cerca al bebedero. Salían corriendo a echarse en algún rincón del gallinero. Yo me limpiaba un poco y salía de vuelta a casa con la certeza de haber hecho feliz a alguien en este mundo.
—¡Eso no es cierto! Tú nunca te las cogiste a modo de favor, tú te las cogías porque te excitaba ese pequeño agujero emplumado. Siempre supe que te la ponía a reventar verles la cloaca llena de suciedad, alguna vez dijiste que así se sentía más tibio, supongo que tu miembro se deslizaba con más soltura orificio adentro…
—Sus orificios nunca produjeron alguna excitación en mí, al contrario, cuando tengo y admiro su cuerpo emplumado entre mis manos, entiendo una de las dimensiones del amor. Comprendo que ellas necesitan de mi afecto, que quieren un hombre que las cuide y las haga sentir importantes. Un verdadero macho que esté al tanto de su comida, su bebida e higiene, no como papá que solo se dedicaba a recoger sus huevos… Nadie pensó en las gallinas, hasta que yo llegué y las hice felices.
—¡Eres un asco! Nunca he entendido cómo haces para sentirte excitado por esos cuerpos emplumados, amas que te picoteen y te caguen encima.
—¿Ahora soy yo quien le produce asco? Fue su idea ir al gallinero, fue usted quien me obligó a coger las gallinas con violencia…Usted era el que todos los días me hablaba de lo delicioso que se iba a sentir, decía que ese calor me iba a reconfortar, que ya no tendría penas…
—Huevón, nunca fue en serio, ¡por favor! Solo era un juego de niños. Las gallinas eran un escape para controlar el deseo que sentías por mamá.
»Todo fue un simple juego de niños.
—Nunca ha sido un juego, Berta realmente es feliz a mi lado. Todas las gallinas se ponen dichosas cuando me ven llegar: cacarean seis segundos más de lo normal y mueven sus alas intentando dar leves saltos.
—Me das asco… diez años después y sigues en el juego. Siempre que lo recuerdo siento ese olor a mierda calándome los pulmones.
—No, no es juego. Soy un hombre sensible y compasivo, puedo ver más allá de su sexo. Todas las mañanas me levanto a ofrecerles amor, estoy al tanto de todos los detalles, las consiento como reinas.
—Tu imposibilidad de acercarte a las mujeres te ha hecho un gran perdedor toda la vida. Jamás pudiste estar cerca de mamá, ni mucho menos tocarla, ni siquiera con la excusa de la inocencia infantil te colgaste de sus piernas para ver desde abajo cómo se alzaban sus melones. Ni siquiera lograste tocar su mejilla o sentarte en su regazo para sentirte amado.
»Jamás supiste cómo acercarte a una mujer y ahora te excusas diciendo que lo que haces con las gallinas es caridad pura…¡Eres un idiota!
—Mamá era inalcanzable, jamás podría tocarla. Su dureza y mal humor me impedían hacerlo. Toda su vida giraba en torno al mugroso de papá.
—Es cierto, mamá pasaba noches en vela imaginando qué hacía papá fuera de casa, a cuántas mujeres se estaba echando y por qué a ella no. Pobremente trataba de darse su lugar frente a su marido y jamás logró respeto, solo noches de completa histeria. Estoy seguro que más de una vez tuvo que fantasear que un hombre la tocaba…Y yo, astuto como siempre, decidía aparecerme en su cuarto.
»Papá siempre estaba bebiendo con sus amigos y putas de cabecera en un bar de mala muerte en el centro del pueblo. Una de esas noches mamá vestía una linda pijama roja que le dejaba al descubierto esos dos pezones negros. Al verle esos pechos grandes, me dieron unas ganas tremendas de besar esos punticos que le colgaban. Tuve que salir corriendo, para que no me preguntara por la erección. Rápidamente me encerré en el baño y me la jalé fuerte. Un pequeño chorro salió temeroso.
»Todas las noches aparecía en ese cuarto y terminaba el día fantaseando y jalándomela con ganas.
—Su cuerpo era tan sagrado que me asquea la idea de imaginar cómo usted podría rozar su piel.
—No es cierto, no te asquea, te excita, ten dan ganas de ser valiente como yo. Te arrepientes de no escucharme y dejar que yo fuera quien tocara a mamá. Sé que te morías de ganas por ella… Estoy seguro que más de una vez se te puso dura y te asustaste ¡tenías las venas a reventar! Yo sé que te la jalaste por ella… a mí no me puedes esconder nada.
—No, no, no. Yo amo a mamá y jamás violentaría su cuerpo con lo sucio de mi piel. No tendría derecho a mancharla con mis caricias, no soy digno de tocarla… Sus palizas e insultos intentaban corregirme.
—Hablas como un fracasado. Ya perdiste la oportunidad con mamá, no desaproveches a Ana, cógela, haz que la sienta completa. Mójala con un poco de tu saliva, la tocas despacio y se la vas hundiendo suave, cuando menos se entere ya la tienes toda adentro, dispuesta a disparar.
—¡No! Deje de insistirme, haré las cosas a mi modo. Dele tiempo, ella es toda una dama y las damas requieren de tiempo y espacio.
—Dama o no, eso no interesa; lleva mucho tiempo aquí tendida, debe estar llena de ganas… Aprovecha, húndele tu micropene, ¡llévala al paraíso! Tú, ¡oh, hombre benevolente y caritativo!, haz nuevamente un acto de compasión y cógetela. Tal vez mañana ya no esté contigo ¿Quieres ver cómo se pierde el amor de tu vida?
»No lo pienses, ¡actúa, hazlo de una buena vez!
—No lo voy a hacer, estoy cansado de escuchar su voz retumbando y dando órdenes todo el tiempo. Déjeme hacer las cosas a mi manera. Yo sé que Ana no podrá irse, no tiene por qué hacerlo, ella es feliz conmigo, siempre que entro al cuarto, la esquina derecha de sus lindos labios está levemente curvada, formando una pequeña media luna en menguante.
(Concluirá en la siguiente entrega)
Lee la segunda y última parte en este enlace
* Relato publicado originalmente en Revista ELIPSIS 2017 (Colombia)
Comments