Revista Boca 'e Loba
11 de sep de 20198 min.
Con el transcurrir de los siglos se han impuesto ciertas convenciones para escribir correctamente una carta, medio de comunicación privilegiado por la humanidad. El Modi dictaminum, pergamino del siglo XII, enseñaba cómo escribir una carta de amor, considerada como una de las más excelsas expresiones del alma. Aquella relevancia por este tipo de epístolas no debe extrañarnos, pues fue cultivado con especial interés desde siglos previos. Plinio el joven, por ejemplo, escribía a su esposa Calpurnia en el año 102 d.C.:
Las instrucciones para escribir cartas fueron comunes a lo largo de los siglos. Un tratado del siglo IV, posiblemente de Demetrio de Falero o Demetrio de Tarso, daba algunas indicaciones generales sobre cómo redactar. El autor señalaba que “todo el que escribe una carta lo hace como una imagen de su propia alma” (cit. en Garfield, 2015, p. 1286), y agregaba:
La necesidad por tener conocimientos sistemáticos sobre cómo escribir una buena misiva continuó en los siguientes siglos. El Boncompagnonus, obra de seis tomos escrita en 1215, fue uno de los primeros manuales publicados y destinados al público en general. Este monumental trabajo fue escrito por Boncompango de Signa, profesor de retórica y aficionado al ajedrez que se jactaba de dominar el arte de la elocuencia. Aseguraba que si todos escribiesen buenas cartas, esto favorecería a la sociedad al combatir la injusticia y la envidia (Garfield, 2015). Para ello, el Boncompagnonus indicaba las reglas para una buena redacción, además de incluir plantillas de cartas para casi cualquier circunstancia.
Erasmo de Rotterdam fue otro aficionado al intercambio epistolar. A pesar de que en su época circulaba el popular manual de Georgius Macropedius titulado Epistolica o Methodus de Conscribendis Epistolis, Erasmo redactó sus propios manuales llamados De conscribendis epistolis y Conficiendarum epistolarum formula (Erasmus, 1985). Para Erasmo una carta:
AUTORES Y SUS CARTAS
Las cartas nos sirven también para comprender mejor el trabajo de muchos de nuestros autores preferidos, nos brindan datos que a veces arrojan luz sobre sus obras y sus complejas personalidades. Emilie Dickinson, por ejemplo, tenía devoción por la correspondencia y gracias a ella su obra se hizo pública, pues consideraba que su trabajo literario no era apto para publicarse. Desde su hogar en Amherst, Massachusetts, la autora mantuvo intercambio epístolar con un crítico literario llamado Thomas Wentworth Higginson quien se percató, a través de las cartas, del talento literario de Dickinson. Sus palabras de aliento influyeron finalmente para que la autora se decidiese a hacer públicos sus escritos (Garfield, 2015).
En una carta fechada el 19 de marzo de 1960, Julio Cortázar celebraba que Francisco Porrúa, editor y fundador de Editorial Minotauro, accediese a publicar Historias de cronopios y de famas:
Para el siguiente año, el mismo destinatario recibía una escueta y mucho más práctica carta donde hacía un comentario que parecía baladí, pero que era totalmente relevante:
Muchas cartas fueron guardadas por sus autores y los destinatarios, a sabiendas de que formarían parte de su legado intelectual. Erasmo, por ejemplo, repetía que sus cartas no eran historia, sino literatura; mientras que Ralph Waldo Emerson solía copiar la mayoría de las cartas que enviaba (Garfield, 2015).
El pintor Eugene Delacroix emprendió un viaje en 1832 por Marruecos y Andalucía, su objetivo era componer un libro con las memorias, las cartas y los bocetos que tomaba en el camino. Por ello, encargó a sus destinatarios (familiares y amigos íntimos) que conservaran las misivas que les enviaba durante su periplo. Las cartas no tenían una intención literaria, solo narraban las incidencias del viaje, porque seguramente Delacroix pensó que sus epístolas le servirían luego para componer textos con mayor calidad para su soñado libro. La obra nunca se ejecutó, pues el artista se ocupó de otros quehaceres. En una carta dirigida a Jean-Baptiste Perriet desde Tolón el 8 de enero de 1832, Delacroix se quejaba de los primeros días de viaje:
La correspondencia influyó además en el estilo literario de incontables autores. Jane Austen incorporó este estilo a su narración en sus novelas como Lady Susan (1871) o su aclamada Orgullo y prejuicio (1813). Bram Stoker también cultivó la novela epistolar en su famosa obra Drácula. Jean Jacques Rousseau decidió que una buena forma de transmitir sus ideas filosóficas era mediante una novela escrita en forma de cartas: Julia o la nueva Eloísa; conclusión a la que también llegó el Marqués de Sade cuando comenzó a escribir Aline y Valcour para escándalo de todos.
LAS CARTAS COMO IMAGEN DEL ALMA
Recordemos que para Demetrio de Falero (o posiblemente Demetrio de Tarso) la carta era una imagen del alma y para asegurarlo escribió su tratado. Posiblemente la mayoría de los escritores y artistas jamás tuvieron contacto con esta obra, pero tampoco la necesitaban, pues lo hacían casi instintivamente.
Beethoven fue dueño de una prosa apasionada que encontramos en su mayor ímpetu en la famosa carta dirigida a una “amada inmortal”, cuya identidad se desconoce hasta nuestros días. Sus misivas reflejarían también su desolación a perder gradualmente el sentido del oído, a pesar de que su mal no impidió que alcanzase la gloria. Un 10 de octubre de 1802, un Beethoven abatido escribía a uno de sus hermanos:
Kafka mandó a quemar todos sus documentos tras su muerte, incluyendo sus cartas. A pesar de todo, algunas misivas sobrevivieron al autor, mostrando su legendaria timidez. Kafka escribía, al principio de su relación, con cierta torpeza a su prometida Felice Bauer, sin poder concretar sus intenciones:
Las cartas entre Manuela Sáenz y Bolívar muestran un Libertador vulnerable al amor (Bolivar, s.f.). Un Trotsky furioso escribió a sus partidarios reclamándoles por no apoyar a la resistencia contra el franquismo, pero su lado acaramelado se imponía cuando escribía a Frida Kahlo (Trotsky, s.f.). Las cartas de Jorge Luis Borges a Estela Canto humanizan al escritor erudito del ensayo y la narrativa, quien se despedía como “Georgie”:
LA ÚLTIMA CARTA
No recuerdo la última vez que escribí una carta con papel y lápiz. Eso sí, recuerdo que mi última misiva la escribí allá por el año 2002: era una carta de amor, un correo electrónico. Hoy en día mi correspondencia es muy formal, con muy poco espacio para la creatividad, que por lo general termina con la frase saludos cordiales. Muy raramente recibo respuestas y cuando las tengo suelen ser tan inexpresivas como mis propios mensajes. Por aquellas fechas en que redacté mi última epístola de amor, hallé, escondida dentro de un libro, una carta que mi abuela dirigió a mi madre en marzo de 1981, tumultuosos tiempos de dictadura en mi país, Bolivia. Ella pregunta cómo estamos todos, nos recomienda llegar a casa antes del toque de queda y alejarnos lo más posible de los convoys militares. Finalizaba indicando que debían preparar ajo con miel para mi resfrío (tengo dos años).
¿Estamos contemplando el fin de la correspondencia? Los agoreros la declaran muerta, incluso se preguntan si el correo electrónico no lo está ya (Mendiola, 2010). Es la era de los mensajes de texto, del Whatsapp y de la economía del tweet. Se requiere comunicación instantánea, precisa, oral y mejor aún visual, por lo cual nadie tiene tiempo ya para redactar aquellas viejas misivas de tiempos de nuestros padres.
Hace apenas diez años el uso del correo electrónico era masivo, pero ahora parece estar amenazado por la obsolescencia: si el teléfono iba a terminar con la carta manuscrita, ahora se dice que Facebook lo hará con el correo electrónico. Sin embargo, más allá de la vigencia del correo electrónico está el hecho de que escribimos menos cartas, sea en papel o con una computadora. Por eso, que el arte de la carta persista, manuscrita o electrónica, dependerá de cada uno de nosotros. Tendríamos que seguir escribiéndolas y hacer lo de Hawthorne:
BIBLIOGRAFÍA
Beethoven, L. v. (1955). A mis hermanos Carlos y Juan para leer y ejecutar después de mi muerte. En L. v. Beethoven, Cartas de amor, arte y desconsuelo (págs. 45-46). Buenos Aires: Editorial Tor.
Bolivar, S. (s.f.). Cartas de Simón Bolívar a Manuela Sáenz. Recuperado el 22 de Marzo de 2017, de Cátedra ideología bolivariana Eliézer Otaiza: http://www.catedraideologiabolivariana.net/cib/index.php/2012-02-28-13-25-18/documentos-y-manifiestos/113-cartas-de-simon-bolivar-a-manuela-saenz
Canto, E. (1989). Borges a contraluz. Madrid: Espasa Calpe.
Cortázar, J. (2000). Cartas 1937-1963. (E. a. Bernárdez, Ed.) Argentina: Alfaguara.
Delacroix, E. (1984). Viaje a Marruecos y Andalucia 1832. (J. Olañeta, Ed.) Barcelona: Pequeña biblioteca Calamvs scriptorivs.
Erasmus, D. (1985). Collected works of Erasmus. Toronto: University of Toronto Press.
Garfield, S. (2015). Postdata: curiosa historia de la correspondencia. Taurus.
Kafka, F. (2013). Cartas a Felice (correspondencia de la época del noviazgo (1912-1917). España: Nórdica Libros.
Mendiola, J. (23 de Junio de 2010). ¿El fin del email? Recuperado el 21 de Marzo de 2017, de El Confidencial: http://www.elconfidencial.com/tecnologia/2010-06-23/el-fin-del-e-mail_774393/
Trotsky, L. (s.f.). La carta de León Trotsky a Frida Kahlo. Recuperado el 22 de Marzo de 2017, de Talpajocote: http://talpajocote.blogspot.com/2007/12/frida-amada-al-contemplar-esta-noche-tu.html
* Este texto fue publicado originalmente en Revista Contestarte No 18